Tristeza en las aguas del Río de la Plata

por Han-hua Chang, traducción de Carmen Martinez Novo



De 1977 a 1978,
todos los miércoles,
partía un avíon desde la base militar aérea El Palomar,
a 34 grados 36 minutos de latitud sur, 58 grados 37 minutos de longitud,
dirigiéndose hacia el este por el Atlántico
sobre las villas miserias en Partido Tres de Febrero,
sobre Villa Santos, Villa Saenz, y Villa Devoto
con sus casitas de desechos y sus techos de hojalata deslumbrantes,
después recorría la Avenida San Martín, la Avenida Corrientes,
planeaba sobre los ensayos del Teatro Colón,
sobre los cochecitos infantiles de la Plaza de Mayo,
sobre los financieros del Banco Central de la República Argentina,
sobre los curas de la Catedral Metropolitana,
y, finalmente, pasando la Playa Mucnicipal,
donde termina la ciudad de Santa María del Buen Aire,
antes de cruzar el Río de la Plata,
alcanzaba, la corriente del Atlántico del Sur,
donde los bancos de atún persiguen a los arenques y a la merluza,
el calamar se alimenta de nubes de camarón,
y la planicie abisal Argentina
es un suelo de limo calcareo.
Aquí el avión vertía su carga
al mar
como si derramara flores sobre las olas.

Todos los Jueves, las madres de la Plaza de Mayo, rodeada por la Casa Rosada y la Catedral Metropolitana, a un grito del Congreso Nacional y del kilómetro cero, no lejos de los restaurantes de la Boca, de los colores brillantes y alegres de las casas de madera, en medio del tráfico congestionado y de los ruidosos colectivos delante de los cines de la Avenida Corrientes y a la Calle Lavalle, deslumbrante de luz por las noches, ignorando las peñas en los escenarios al aire libre la llamada de la Galería de la Calle Florida, los espacios verdes, gritaban "¡Podemos saborear a nuestros hijos desaparecidos en las aguas del Río de la Plata!" Por la noche, las madres de la Plaza de Mayo soñaban con muchashas jóvenes vestidas de blanco con lazos azules en el pelo que nunca habrían de ser.
Cayendo desde el aire, sin convenciones, sin reparos, sólo podían dormir el sueño de las amapolas, pero cuando el carmín, brillante con el buen aire de los porteños, se mezclaba con el inevitable aguamarina, ¿Les bendeciría el Atlántico, nunca más frío de 51 grados farenheit, con tiempe de recoger el suelo helado y oscuro de las Pampas, los compos de trigo ondeantes, la calidez del mate en los días fríos, grises y húmedos del invierno, los mestizos persiguiendo caballos salvajes y ganado criollo en los que alguna vez fueron los espacios abiertos de las estancias, el peso del ataud del tío sobre el hombro, y lo libres que sonaban sus canciones de libertad en los Andes noroccidentales?
Aquí, en esta tierra, donde el pecado y la absolución se convierten en ritual los miércoles y los jueves, dónde el Presidente debe profesar la fe católica, el comandante naval ques durmió en las plazaz públicas confesó que no se dio cuenta de que estaba matando seres humanos hasta que casi se cae con las flores sobre el mar, la mano de Dios es luz.
Han-hua Chang, cinco de abril de 1995

Previous Poem | Brandywine's Poetry | Next Poem

Send comments to hchang at bway dot net

Copyright ©1995 by Han-hua Chang.